La pequeña obra de la pequeña Suerte
Hace mucho tiempo, el dragón nenúfar Séptimo perdió su ojo. Iba caminando por el bosque cuando, al enredársele en una rama, se le cayó. Y es esta una circunstancia extraordinaria, porque los dragones nenúfar sólo tienen un ojo.
Así que se quedó ciego y lucía un hueco en medio de la frente. No podía ver las negras manchas que comenzaban a brotar en su roja piel. Y es esta una circunstancia extraordinaria, porque si los dragones nenúfar pierden su ojo, la salida que les queda es llenarse de estas manchas y al poco morir.
Esperaba la muerte dentro de una oscura caverna que no era muy profunda. Y en la salida de la caverna había un árbol. Y en este árbol, que era un roble, vivía la pequeña Suerte.
Era ésta una ardilla de color blanco. Las ardillas blancas tienen la nariz roja. Y es esta una circunstancia extraordinaria, porque las ardillas blancas no saben de la muerte. Son imperecederas. Así que sólo nacen una vez.
Entonces resultó que la pequeña Suerte salió a hacer su ronda cotidiana. Y como era muy curiosa, se detuvo delante de la caverna. Se paró a oír los gruñidos lastimeros que provenían de su interior. Y es que el dragón que iba a morir no paraba de gemir.
“¿Qué está pasando?”, se preguntó Suerte, y se aventuró a la negritud de la caverna. Y como esta no era muy profunda, allí en lo más hondo encontró al dragón. Era la primera vez que la pequeña Suerte se topaba con un dragón nenúfar, hasta ahora sólo los conocía su entendimiento, transmitido por su madre Alba. Y es esta una circunstancia extraordinaria, porque Alba, un día, desapareció. La pequeña Suerte no volvió a verla.
...

Me llamo Roni
Hola. Me llamo Roni. Deseo revelaros una parte bastante interesante de mi vida.
Se trata de cómo me deshice de mi segunda novia, Sis. Esta era una chica muy cariñosa.
Era, pues, muy buena persona: jamás me ofendió conscientemente, jamás me devaluó. El único problema que teníamos era de otra índole: el problema era yo. A ver. Os explico.
Le pedí una cita, hicimos el amor y ella, si no lo estaba antes, se prendó de mí. Durante casi dos años me vi totalmente incapaz de quitarme de encima a una persona como ella. En soledad busqué mil excusas. Pero ninguna parecía lo bastante convincente; ninguna podría separarla de mí. Hasta que pensé en Ada.
...

VII
Ahí le veo, sentado.
Cabizbajo, sentado.
O más bien, sentado allí donde...
Sentado allí donde cayó.
En la esquina de la habitación, al lado de la mesita de noche, con un brazo sobre ésta como queriendo izarse, despertar; ahí yace.
Yace el hombre.
Es un hombre de unos setenta y cinco años y los mismos kilos de peso, barrigón, divorciado, solitario, con una débil camisilla azulada en su pecho, llena de arañazos, llena de sangre.
El hombre mira al suelo.
Lo mira; pero no tiene ojos.
Sus ojos, desprendidos de su rostro, han desaparecido.
Las autoridades no saben dónde están.
Lo que sí saben es qué lo mató.
Lo mató un infarto.
Ahí, yace.
Yace el hombre.
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