Apareciste en mi vida porque hubo de ser así, porque tú has hecho historia y era necesario hablar de ti.

Leí tan sólo seis párrafos del libro que dejaste para las futuras generaciones y enseguida comencé a hacerme una pregunta.

Primero tuve una sensación de sorpresa, o más bien de shock. No creía lo que estaba leyendo, aquello era producto de un descabellado o aquello era mentira.

La pregunta que bullía era cómo llegar a ti. Entonces, al releerte varias veces, intenté traspasarte; intenté penetrar en tu psique para comprenderte e inclusive para comprender por qué habías hecho todo aquello.

No pude; no hubo manera de derribar los muros que tú habías construido a tu alrededor.

Lo que se me ha confirmado es que no hay humanos superiores ni inferiores y que la vida vale mucho más de lo que yo ya pensaba.

Tú me has enseñado cómo completar mi comportamiento, cómo sentirme más persona, qué debía hacer para ser mejor persona.

Ahora, después de mi lucha por conocerte tan sólo tengo una respuesta.

Es esta:

Te olvidaré.

Hay una historia que comienza cuando el Big Ben da la medianoche. Esa historia es la mía. Hasta ahora no la conocía nadie más. Mejor dicho: también la conocen las sombrías calles de la ciudad.

Después de la última campanada, salgo de casa. Mi casa es un pozo mojado pero seco. Al levantarme, no siento frío, pero no me importa: ya estoy acostumbrada a no sentir, a dormir sin soñar pero soñando que la luz me despierta.

Vago, vago y veo cosas que, de una u otra forma, me sorprenden. Y después de analizarlas un rato, todavía no las comprendo. No sé por qué las luces de muchas viviendas, tres horas después, yo de vuelta a mi pozo, siguen encendidas. ¿Serán ellos como yo?

Será que muchos ansiamos la luz. A nuestra propia manera.

Tampoco sé por qué tan pocos enamorados pasean ya por el Támesis. Yo odio la soledad. Si verdaderamente me entendieran, jamás irían solos a ninguna parte. Yo voy sola y no puedo estar más sola que estando conmigo misma. Y no tengo nada, ni siquiera a mi vida. No tengo vida.

Vago, vago y busco la ansiada luz, pero sé que no llegará.

No llegará, lo sé, lo sé porque sé cuánto hice, y esta historia continúa.

Sin fin.

Portada La tejedora de hojas

Las hojas de los árboles recibían la luz del sol de la mañana. Delante de un lago quieto y detrás de unos arbustos, había una mujer. Era bella como la totalidad de las rosas, blanca como la tarde y se movía de una manera sublime. La mujer se preparaba un vestido.
 
No era un vestido normal. Había agrupado cierto número de hojas de árboles y plantas de aquel bosque, el bosque Moulin, en Francia. Se agachaba, las cogía y las unía sobre su ropa interior de tela y su piel, esto último con un simple toque de su dedo. El resultado sería el vestido de hojas más hermoso que se pueda imaginar.
 
Aquella mujer era una tejedora de hojas. Los tejedores de hojas son criaturas sobrenaturales que viven en los bosques. Son, en su mayoría, mujeres: en el bosque Moulin ellos no llegan a la quincena. Las tejedoras de hojas se cambian puntualmente de vestido de hojas, y, como para ello invocan al Viento de la Luna, dejan los bosques muy despejados de hojas tras de sí. Encontrarnos con el bosque de ese modo puede significar que una tejedora ya tiene las hojas de su vestido nuevo. Y no ha sido su progenitora quien le ha enseñado a tejer así: simplemente sabe hacerlo. Y, sin temor a equivocarme, diré para concluir esta exposición que las hojas que componen un vestido de hojas jamás se soltarán ni podrán ser separadas ni se secarán ni podrá romperlas nadie hasta que su tejedora u otra las desuna, devolviéndolas, en fin, a la normalidad.
 
Pero aquella tejedora de pelo negro que parecía abrazarle la cabeza se había olvidado de algo. En aquel momento, con su vestido terminado, que acababa en falda corta y de escote recto, se dio cuenta de que tendría que haber escogido una hoja más antes de esconderse detrás de los arbustos. A su vestido le faltaba un detalle, un detalle importante. Le faltaba una piedra preciosa mediana en el dedo anular de su mano derecha. La tejedora necesitaba una hoja que convirtiera en una Esmeralda del Agua. Las Esmeraldas del Agua son las joyas, igual provengan de la hoja que provengan, que las tejedoras llevan en esos dedos cuando son jóvenes. La mujer salió de los arbustos como una gacela.
 
Encontraría su hoja. Tenía que encontrarla.
 
 
...

 

 

 

 

 

Mahyeresleo Portada United6 La pequeña obra de la pequeña Suerte

Hace mucho tiempo, el dragón nenúfar Séptimo perdió su ojo. Iba caminando por el bosque cuando, al enredársele en una rama, se le cayó. Y es esta una circunstancia extraordinaria, porque los dragones nenúfar sólo tienen un ojo.

Así que se quedó ciego y lucía un hueco en medio de la frente. No podía ver las negras manchas que comenzaban a brotar en su roja piel. Y es esta una circunstancia extraordinaria, porque si los dragones nenúfar pierden su ojo, la salida que les queda es llenarse de estas manchas y al poco morir.

Esperaba la muerte dentro de una oscura caverna que no era muy profunda. Y en la salida de la caverna había un árbol. Y en este árbol, que era un roble, vivía la pequeña Suerte.

Era ésta una ardilla de color blanco. Las ardillas blancas tienen la nariz roja. Y es esta una circunstancia extraordinaria, porque las ardillas blancas no saben de la muerte. Son imperecederas. Así que sólo nacen una vez.

Entonces resultó que la pequeña Suerte salió a hacer su ronda cotidiana. Y como era muy curiosa, se detuvo delante de la caverna. Se paró a oír los gruñidos lastimeros que provenían de su interior. Y es que el dragón que iba a morir no paraba de gemir.

“¿Qué está pasando?”, se preguntó Suerte, y se aventuró a la negritud de la caverna. Y como esta no era muy profunda, allí en lo más hondo encontró al dragón. Era la primera vez que la pequeña Suerte se topaba con un dragón nenúfar, hasta ahora sólo los conocía su entendimiento, transmitido por su madre Alba. Y es esta una circunstancia extraordinaria, porque Alba, un día, desapareció. La pequeña Suerte no volvió a verla.

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Mahyeresleo Portada United7

Me llamo Roni

Hola. Me llamo Roni. Deseo revelaros una parte bastante interesante de mi vida.

Se trata de cómo me deshice de mi segunda novia, Sis. Esta era una chica muy cariñosa.

Era, pues, muy buena persona: jamás me ofendió conscientemente, jamás me devaluó. El único problema que teníamos era de otra índole: el problema era yo. A ver. Os explico.

Le pedí una cita, hicimos el amor y ella, si no lo estaba antes, se prendó de mí. Durante casi dos años me vi totalmente incapaz de quitarme de encima a una persona como ella. En soledad busqué mil excusas. Pero ninguna parecía lo bastante convincente; ninguna podría separarla de mí. Hasta que pensé en Ada.

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Mahyeresleo Portada United8

VII

Ahí le veo, sentado.

Cabizbajo, sentado.

O más bien, sentado allí donde...

Sentado allí donde cayó.

En la esquina de la habitación, al lado de la mesita de noche, con un brazo sobre ésta como queriendo izarse, despertar; ahí yace.

Yace el hombre.

Es un hombre de unos setenta y cinco años y los mismos kilos de peso, barrigón, divorciado, solitario, con una débil camisilla azulada en su pecho, llena de arañazos, llena de sangre.

El hombre mira al suelo.

Lo mira; pero no tiene ojos.

Sus ojos, desprendidos de su rostro, han desaparecido.

Las autoridades no saben dónde están.

Lo que sí saben es qué lo mató.

Lo mató un infarto.

Ahí, yace.

Yace el hombre.

...

 

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