Portada La tejedora de hojas

Las hojas de los árboles recibían la luz del sol de la mañana. Delante de un lago quieto y detrás de unos arbustos, había una mujer. Era bella como la totalidad de las rosas, blanca como la tarde y se movía de una manera sublime. La mujer se preparaba un vestido.
 
No era un vestido normal. Había agrupado cierto número de hojas de árboles y plantas de aquel bosque, el bosque Moulin, en Francia. Se agachaba, las cogía y las unía sobre su ropa interior de tela y su piel, esto último con un simple toque de su dedo. El resultado sería el vestido de hojas más hermoso que se pueda imaginar.
 
Aquella mujer era una tejedora de hojas. Los tejedores de hojas son criaturas sobrenaturales que viven en los bosques. Son, en su mayoría, mujeres: en el bosque Moulin ellos no llegan a la quincena. Las tejedoras de hojas se cambian puntualmente de vestido de hojas, y, como para ello invocan al Viento de la Luna, dejan los bosques muy despejados de hojas tras de sí. Encontrarnos con el bosque de ese modo puede significar que una tejedora ya tiene las hojas de su vestido nuevo. Y no ha sido su progenitora quien le ha enseñado a tejer así: simplemente sabe hacerlo. Y, sin temor a equivocarme, diré para concluir esta exposición que las hojas que componen un vestido de hojas jamás se soltarán ni podrán ser separadas ni se secarán ni podrá romperlas nadie hasta que su tejedora u otra las desuna, devolviéndolas, en fin, a la normalidad.
 
Pero aquella tejedora de pelo negro que parecía abrazarle la cabeza se había olvidado de algo. En aquel momento, con su vestido terminado, que acababa en falda corta y de escote recto, se dio cuenta de que tendría que haber escogido una hoja más antes de esconderse detrás de los arbustos. A su vestido le faltaba un detalle, un detalle importante. Le faltaba una piedra preciosa mediana en el dedo anular de su mano derecha. La tejedora necesitaba una hoja que convirtiera en una Esmeralda del Agua. Las Esmeraldas del Agua son las joyas, igual provengan de la hoja que provengan, que las tejedoras llevan en esos dedos cuando son jóvenes. La mujer salió de los arbustos como una gacela.
 
Encontraría su hoja. Tenía que encontrarla.
 
 
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